Una fábula de Navidad

Se hubiese dicho que hace mucho su espíritu estaba carcomido por un descontento que hoy, a tantos años de su primera Nochebuena, aún bullía con fuerza.

No era que el señor Quirquincho detestaba el sentido de la bondad, ni que cargaba un rencor contra aquello que el mundo consideraba bueno, se trataba de un sentimiento más antiguo y profundo, más puro y real: un auténtico odio por la Navidad. «¿Realmente nos debería gustar una fiesta en la que todos están tan preocupados de comprar esto o regalar aquello?», se cuestionaba.

Por eso fue que aquella mañana de diciembre, cuando escuchó que la lluvia caía sin descanso, pensó que los motivos reales que le conducían a esa conclusión debían de tener alguna justificación. Fue por eso que empezó a escarbar en su corazón, a indagar en su alma y a cuestionar su existencia.

Fue fruto de ese análisis que el señor Quirquincho concluyó que detestaba esa época porque todos en la ciudad se volvían locos, cada tarea se hacía más complicada, todos iban más rápido y todos se veían más preocupados. Los regalos de aquí y los presentes de allá parecían la esencia de la Navidad, no lo eran —en cambio— los buenos sentimientos, ni la solidaridad. Fácil era toparse con los jochis buscando el mejor regalo para la pareja perfecta, o espantarse con los cebúes agrupándose para comprar los últimos protectores de cuernos del supermercado, o tratar de esquivar la fila de las alpacas que tratan de obtener la rebaja en la tienda de bufandas.

El señor Quirquincho nunca pudo evitar sentir que incluso los seres queridos cambiaban en esta época, con preguntas más incisivas, apurados por obligaciones inconclusas, por dar el mejor regalo, por cumplir con el protocolo, por tener la mejor cena, por compartir más y mejor, por ser más y más absorbentes.

Para colmo de males, no faltaban los puercos de siempre, porcinos de corbata o de poncho, que salían a las palestras ejerciendo su rol de políticos y tratando de dar ejemplos de una moral que ellos no tenían.

El señor Quirquincho iba absorto por estas ideas cuando se topó con su compadre de toda la vida. Don Cóndor estaba sentado en la puerta de su casa viendo cómo todos iban y venían con más y más regalos, con más y más preocupaciones, y con más y más amargura.

ー ¿Compadre cómo haces para no contaminarte de la Navidad? ーpreguntó el señor Quirquincho a don Cóndor.

Don Cóndor giró el rostro, se ajustó su corbatín de peluche blanco y tras acomodarse los lentes, dijo:

ー Yo vivo la Navidad todos los días que puedo, compadre ーrespondióー porque la Navidad no es la fecha, ni el árbol, ni siquiera el nacimiento, Navidad es ser buenos y honestos todos los días del año.

Después de muchos años el señor Quirquincho se fue con una sensación de llevar un peso menos en la espalda, en el fondo le gustaba la Navidad, es más, la ejercía plenamente, la disfrutaba en su empatía cotidiana, en el respeto hacia el otro a lo largo de todo el año, en el cariño a su ciudad de todos los días,  en ser él mismo un buen vecino, un buen amigo, un buen trabajador, en esencia, en ser alguien que realmente ama la Navidad.



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(Imagen tomada de: https://www.google.com/url?sa=i&url=https%3A%2F%2Fwww.artstation.com%2Fartwork%2FzOZ4yL&psig=AOvVaw0finmMJ4ykUxJCMs9GjHdL&ust=1640726644129000&source=images&cd=vfe&ved=0CAwQjhxqFwoTCPCaipv1hPUCFQAAAAAdAAAAABAh)


Comentarios

  1. Excelente reflexión sobre el espíritu de la Navidad, en estos tiempos de perdida de valores. Felicitaciones al autor y Felicidades por las fiestas de fin año.

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