Una justicia mal recalentada


Para el inicio del año, la nueva cepa de la peste había contagiado a propios y extraños, pocos eran quienes no la contrajeron y se solía decir por ahí, que si no tenías un amigo enfermo era porque seguro no tenías amigos.

Jorge Cuellar podía considerarse un caso digno de estudio, pues supo aguantar tres oleadas, contagiándose en todas, pero nunca necesitando de un hospital. Su supervivencia milagrosa no era propia de alguien que era considerado un fósil viviente y menos aún de alguien que parecía estar más allá que acá.

Quienes le conocían decían que su fama de inmortal se debía a un excelente sistema inmune, pero él los contradecía afirmando: «todo se lo debo a la obra y gracia del plátano». En efecto, el viejo pasaba días enteros comiendo racimos compactos de banano, que a ciencia cierta eran su única adicción, además de leer una y otra vez las constituciones del mundo entero.

Jorge Cuellar no llegó nunca a titularse de abogado, y aunque podía recitar al derecho y al revés los derechos fundamentales de todo ser humano, nunca obtuvo tal profesión porque fue un padre prematuro y porque un embrujo de la imaginación le hizo creer que no necesitaba de enseñanzas técnicas para sobrevivir.

No obstante sus deliberaciones de dormitorio y sus argumentaciones de baño, el viejo estaba muy bien ubicado para criticar el andamiaje judicial boliviano: «Los populistas la embarraron eligiendo jueces obedientes al poder», solía indicar mientras le escuchaban absortos, la manada de jovenzuelos que solían tomar el sol en el jardín compartido de su casa remachada de familias pobres. 

Tenía razón. Años antes, en una época de malas estrategias, el masismo imperante había llevado adelante unas elecciones de poca participación en las que eligió como magistrados a una mayoría de afines a su proyecto político. Nada sería que los magistrados fuesen pintados de un partido político, lo realmente triste era la poca capacidad y la inexistente ética que se destilaba en los pasillos de los juzgados y en las audiencias de pacotilla.

Desde entonces y hasta el día de hoy, Bolivia sobrevivía chapaleando en un mar de injusticias en las que el poder perseguía al opositor, y en las que un criminal condenado a 30 años de prisión podía quedar libre sin restricción alguna y con licencia para matar. 

— Lo que pasa es que tenemos una justicia mal recalentada —afirmaba con toda razón Jorge Cuellar, mientras leía los periódicos que desbordaban de las injusticias de la justicia.



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(Imagen tomada de: https://www.google.com/url?sa=i&url=https%3A%2F%2Fsp.depositphotos.com%2Fstock-photos%2Finjusticia.html&psig=AOvVaw0WbcRdwiJqyVFbGNyTLhO4&ust=1644351747741000&source=images&cd=vfe&ved=0CAwQjhxqFwoTCMiqsoO27vUCFQAAAAAdAAAAABAD)

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