Pérfido Rufián, la pitonisa y la adicción al poder

Parecía como si el mundo se hubiese ensañado con él y estuviese dedicado a destruir todo rastro de su paso sobre la tierra. Por eso es que cargaba con ese aire de penitencia que lo hacía ver como un hombre desahuciado por la vida, un fósil de un tiempo pasado, una reliquia de una época para olvidar.

La noche del Viernes Santo ratificó su temor más profundo cuando Pitia Sibila, la más vieja del pueblo, le leyó en la hoja de coca que ya estaba muerto. «Cuídate el alma», le dijo. Aquella anciana de acero que había visto pasar las décadas a la sombra de los bananos, le anticipaba un destino seguro; no era que don Pérfido Rufian ya estaba difunto, porque seguía vivo, y hablaba y daba declaraciones a la prensa y se lucía ante sus afines en cuanta asamblea y reunión se presentaba, pero sí resultaba evidente que ahora era sólo una cáscara rota de lo que una vez fue. El poder ya no le servía, la cosa pública ya no le pertenecía, atrás quedaban los días en que iba en helicóptero de aquí para allá para dar órdenes a diestra y siniestra.

Cuando la adivina del poblado le anunció que era tiempo de enterrar su vida política, lanzó una risotada. «Vete a la mierda, comadre», afirmó Pérfido Rufían sin dejar de sonreír.

ー Lo que pasa ーdijo Pitia Sibilaー es que eres un adicto al poder.

Pérfido Rufian fue víctima entonces de un colapso de ira, se declaró maltratado e incomprendido y en un segundo de irritación se marchó dejando a todos con la palabra en la boca. Ya en la noche, mientras en los hogares se percibían los efectos de los doce platos del mediodía, se fue a dormir con el peso de saber que la pitonisa estaba en lo correcto. En ese momento supo que no podría ejecutar su plan de desestabilizar el gobierno actual, que no llegaría a promover el revocatorio que ansiaba para poder postularse él, que no se daría el gusto de ignorar nuevamente la ley únicamente para sostenerse en la cima del poder, que ya no era el líder que bloqueaba aquí y allá con solo mover el dedo.

El presagio le movió el último rescoldo de soberbia que tenía, y decidido a consumirse en su soledad se dijo a sí mismo: «Me pudriré aquí, rodeado de mosquitos y consumido bajo el polvo y las telarañas».


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(Imagen tomada de: https://www.radiopolar.cl/noticia_104889.html)

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