El doctor, la ignorancia y la viruela del mono

 




Zoraida de las Dalias se lo preguntó sin mala intención, más movida por un respeto ancestral que por un interés real, lanzó las palabras protocolares que le parecieron adecuadas cuando su mirada se cruzó con el brillo de los ojos de gato del médico del pueblo:

ー ¿Cómo está doctor? ーle dijo.

ー Pudriéndome ーcontestó él. 

Respondió desde las penumbras de una espesa sombra y con una voz agria que le vino de los intestinos y no del corazón. Remberto Zenteno era un hombre forjado en la universidad pública de la provincia, de profesión médico, de vocación abogado y de verba artillero, era un sujeto que se deleitaba reclamando por todo y por nada. Solía reclamar en especial contra la ignorancia de la gente, a la que culpaba por todos los males del país. 

ー Si elegimos a huevones, es porque somos unos cojudos ーafirmaba cuando se le consultaba sobre política.

Numerosas ocasiones le eran propicias para tomarse una copa demás y gritar a voz en cuello que la miseria de esta nación no se debía a su condición de país mediterráneo, sino a la desidia de su gente.

Él sabía, sin embargo, que lo que más le causaba esa acidez de perro viejo era la ignorancia con que la gente se había enfrentado a la peste. Por eso, y desde el tiempo de las cuarentenas, paraba en seco a todo aquel que le hablaba contra la vacuna, trataba mal a aquel que le traía cuentos de conspiración y rompía amistades con todo el que negaba la existencia de la pandemia.

Pasaba que el doctor era un académico consumado, y como todo aquel formado en las letras y en las ciencias sabía que la idiosincrasia de la gente se basaba en la ignorancia. Por eso el pueblo creía que si se vacunaban se transformarían en licántropos, o que con los años les caería la esterilidad.

Aquella tarde, cobijado bajo el abrazo de un frondoso árbol buscaba evadir todas las miradas, ocultaba algo. Había adquirido la viruela del mono en su más reciente viaje a la capital, su piel explotaba en cráteres dolorosos y su razón naufragaba en una fiebre incómoda. Pero nada era la sintomatología de aquel mal, lo que realmente le agobiaba era la certeza de saber que si alguien notaba su enfermedad, la ignorancia de la gente empezaría a consumir a todos y a todo. 

ー Si me ven, me enterrarán vivo ー afirmóー la ignorancia no sólo es atrevida, también es peligrosa.

 

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(Imagen tomada de: https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQQ3ts1eFwZHaxpupxxxCLhj8awIX-INhIZIw&usqp=CAU)

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