El tercer mundo, el hedor y Cesárea Roldan


Para entonces habían transcurrido treinta y cinco años de trabajo duro. Encerrada a cal y canto en las industrias del primer mundo, Cesárea Roldan nunca pudo encontrar la fórmula para volver a su tierra ni soñar con un futuro mejor. Sin embargo su inquebrantable voluntad y la simplicidad de la laboriosidad y el ahorro le dieron finalmente esa oportunidad. 

Ahora estaba allí, en el seno de un país sin mar, en un valle enclavado en las montañas de una infinita cordillera, dando los primeros pasos fuera del aeropuerto de su ciudad natal. 

Nada hubiese sido sentirse desubicada en su propia tierra, porque lo realmente difícil era soportar el hedor que todo lo inundaba. No era un mal olor normal, porque éste te invadía las fosas nasales, te destrozaba la voluntad y te estimulaba el asco. 

Cuando Cesárea Roldan sintió el impacto de semejante peste sólo pudo pronunciar seis palabras:

ー  ¡Por Dios! el país se nos muere. 

Nadie se sorprendió, sus familiares estaban acostumbrados, quizás porque tras tantos años de pestilencia el aire mismo empezaba a sentirse así: corroído por los desagües y trastornado por los desechos de la industria.

ー ¡Es el olor del infierno! ーinsistió.

ー ¡Qué va! ーle respondió un sobrinoー si apenas es un poco de caca. 

Cesárea Roldan volvió a sentir el olor a podrido a lo largo y ancho del río, y supo, sin preguntar, que bajo cada puente y apuntalado en cada recodo había algo que se moría o algo que se pudría.

Aquel olor pútrido, aquella fragancia mezcla de mierda, sudor y lágrimas, le trajo a la memoria un viejo recuerdo: su memoria, más evocación que sana crítica, le condujo al momento antes de irse del país, y recordó en ese olor, el aliento propio de los políticos, de aquellos que viven para joder al país, de esos que te sonríen de frente, pero te apuñalan por detrás. Pero esas no serían sus únicas remembranzas, pues más recuerdos habrían de llegar, porque ese olor a porquería fresca, era también el del ciudadano mal habido, el que tira la basura donde quiere, el que no cuida su entorno. 

ー  Hijos de mala madre ーdijo en voz baja la mujer. En efecto tenía razón, y su rabia apuntaba al político de turno y al corrupto de siempre, al hombre cochino que orina donde mejor le viene en gana, al borracho que vomita sin vergüenza ni pudor y hasta al mal vecino que tira la basura sin ton ni son.

Cesárea Roldan nunca tuvo más lucidez que aquella vez en que identificó a la corrupción de un país con el hedor propio del tercer mundo, y por eso decidió clavar las puertas y ventanas de la vieja casa señorial que aún subsistía en sus memorias y que le provocaba cada cierto tiempo anhelar retornar a un pasado ya ausente, y así lo hizo, y se fue, para nunca más volver.




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Imagen tomada de: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:The_silent_highwayman.jpg

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