Sotelo Arispe, los orines y la basura



La mañana en que Sotelo Arispe se dio cuenta que vivía en la inmundicia, fue un momento de revelación, un instante de clarividencia. Pasó porque por primera vez en su vida salió de las calles estrechas de su pueblo y decidió emprender camino a una ciudad más grande. 

Con más de 36 años de supervivencia ardua y trabajo flagelante, Sotelo Arispe nunca había tenido tiempo de salir del centro minero en el cual supo crecer. Seguro de que su entorno era lo único que valía y engañado por la realidad que le rodeaba, estaba convencido de que sus costumbres y hábitos eran lo único cierto y evidente. Bajo esa óptica solía mentirse con el argumento de que sus calles pequeñas y frías eran la única forma de vivir, que su equipo de fútbol era el mejor del montón, y que sus pesares y alegrías eran moneda común en el país. 

Por eso fue que, con pesadumbre, se dio cuenta de que su olfato estaba acostumbrado al olor a orín y a suciedad, y que sus ojos no se sorprendían con las manchas ennegrecidas que le solían mostrar lo obvio: esquinas de orinadas recientes que se secaban sobre las orinadas viejas dejando olores nuevos.

ー Vivo rodeado de mierda ーafirmó. 

En su andar por aquella urbe repleta de árboles, con avenidas amplias y jardines de color, no pudo evitar comparar aquel clima cálido con el frío álgido de su hogar.

De pronto, porque el destino es grande o porque la vida es pequeña, dejó de lado la sorpresa que le causaban las modernas patinetas eléctricas, guardó en un recuerdo las preciosas ciclovías y archivó en un lado las amplias avenidas y los frondosos árboles; todo porque notó que en las esquinas se acumulaban bolsas de basura, que en los rincones se veían restos de desperdicios y que en el aire flotaba un desagradable olor. 

Poco tardaría él en enterarse que el paso al botadero municipal había sido bloqueado.  En los días siguientes, Sotelo Arispe notaría que en los márgenes del río se formaría un auténtico muro formado por las bolsas de basura que los vecinos no evitaron desechar, y que en las esquinas los perros callejeros devoraban a diestra y siniestra los residuos que el hambre supo otorgar. 

El día que Sotelo Arispe volvía a su hogar, tuvo la lucidez de identificar que el mal olor de su pueblo y el que había emergido también en esa ciudad, no era otra cosa más que la ineficiencia de la gestión pública que se pudría bajo el inclemente sol de la incapacidad, y de la malicia de algunos vecinos desgraciados que se maceraba a fuego lento en la hornilla de la miseria. 


#orines #orin #suciedad #basura #bloqueadores #limpieza #desarrollo #miseria #basura #relato #literatura #literaturaboliviana #ronniepierola #escribir #writer #literature #cuento #literaturalatinoamericana


(Imagen tomada de archivos públicos de Internet)


Comentarios