El pelotudo de turno y la intolerancia


La tarde en que le gritaron "pelotuda", Miguelina Catarina empezó un arduo camino filosófico,  no por el sentido grosero, pero claro del disparate, pero sí por el fondo de un asunto que ya había terminado de germinar, madurar, reproducirse y hasta descomponerse: la intolerancia.

En la Bolivia del 2022, era cosa común escuchar a diestra y siniestra el claxon insultante o la bocina iracunda, la usaban los micros que más parecían chatarra del deshuesadero, la replicaban los taxistas de rostro sombrío y la empleaban los particulares que iban tarde a sus compromisos.

ー Lo que pasa es que la gente ya no tolera nada ーafirmó Miguelina Catarina.

En ese momento, mientras aún analizaba si ella había sido culpable de algún desliz al conducir, recordó con claridad el comentario de un buen amigo que en pocas palabras le había dicho que no pudo ni quiso aguantar la mala crianza del tráfico boliviano y prefirió abandonar el país.

Al estacionar un poco más allá, y aún con el retumbe del insulto recibido, Miguelina Catarina concluyó que en realidad ella no cometió error alguno, y que por el contrario el que supo a bien regalar bocinazo e insulto ofensivo fue quien incurrió en la falta.

ーEncima de que comete infracción, se da el lujo de insultar a quien estaba cumpliendo la ley ーatinó a decir.

Prosiguió así su monólogo reflexivo, y sumó a su experiencia las vivencias de un sin fin de conocidos que entre una y otra cosa, relataban cómo el pelotudo de turno le lanzó la bocina por tardar una milésima de segundo en el cambio de semáforo, o cómo el pelotudo de ocasión se le cruzó por donde mejor le dio en gana para llegar primero al destino, o cómo los pelotudos de moto y escape libre solían meterse por el espacio que mejor creían sin respetar a nada ni a nadie.

Aquel día, por la noche, lo comentó con su marido y con sus hijos, y todos coincidieron que algo debía hacerse, que ya era tiempo de que se instale un metro en una ciudad tan grande como aquella, que debía eliminarse el monopolio de la juntucha de sindicatos y federaciones que hoy mal manejaban el transporte público, que era tiempo de tener buses eléctricos y no carcachas del año de la revolución, que el control debería ser estricto para no permitir que se maneje con placas blanqueadas y manipuladas solo para evitar la restricción o la multa, y hasta alguien llegó a exigir que se debería de demandar que todos manejen bien y sin usar las bocinas.

Entonces fue que ocurrió, como un golpe de la realidad alguien vio el Internet y todos dejaron de lado el meticuloso análisis para darse cuenta que el país ardía de conflictos por la pericia y por la inutilidad de otro tipo de pelotudos.




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(Imagen tomada de archivos públicos de Internet)

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