En aquella ocasión, cuando se acercó a la mesa que sus seres queridos habían preparado afanosamente para él, extrañó un poco la vida, con todo y sus altas y bajas, con todo lo bueno y lo malo, con sus bendiciones y maldiciones.
Mientras se regocijaba con el primer maicillo que tomó de la mesa, extrañó la compañía de quien fue su compañera de venturas y desventuras, su viuda: Felipa Mamani.
Ruperto Tajibos no tardó en encontrarla, la halló dormida. La mujer, de caderas sólidas y voluntad fuerte, disfrutaba sola la siesta que por más de veinte años supo tomar abrazada del marido ahora ausente.
Ruperto Tajibos la vio y supo de inmediato que debía aprovechar la ocasión, porque él sabía, como saben todas las almas, que mientras uno duerme se muere un poco, y entonces, sólo entonces, se pueden contactar los vivos con los muertos.
ー¿Cómo es la muerte? ー preguntó Felipa Mamani al percibir en sus sueños la silueta del que fue el hombre de su vida.
ーEs la misma vaina ーrespondió élー, sólo que mal armado: las puertas no encajan bien en sus sitios, las ventanas son chuecas, los pisos no son rectos y, si ves a alguien en la calle, puede que sea sólo una memoria tuya y va y viene una y otra vez. Pasa que la muerte está hecha en base a nuestros recuerdos, y la memoria es tan frágil que sólo recordamos partes de todo y no llegan a encajar bien.
ー Estar vivo no es muy diferente ーalegó ellaー entre tanto paro, tanto bloqueo y tanto inútil manejando el país, la cosa también se siente mal armada. Para demandar lo justo el pueblo se suicida bloqueando, en tanto el gobierno bloquea por su lado y asfixia a la otra parte de la población que es la única que, al final de cuentas, está siempre arruinada.
Ruperto Tajibos se iría del mundo de los vivos al mediodía del día siguiente, y se ausentaría con la idea de que en vez de que los vivos hagan mesitas para los muertos, la cosa debería ser al revés, porque son los vivos los que necesitan mesitas en el mundo de los muertos para poder encontrar algo de paz.
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