El futbolista, la cantante y lo superficial

Nunca importaba la relevancia, prioridad o influencia fundamental de la temática actual, si el mundo se caía o si los políticos de morondanga la habían embarrado nuevamente; porque ante la novedad hueca, el ritmo polémico o el escándalo mayúsculo, no existía fuerza que se le enfrente.

Así había pasado con el errado comentario de la mujer más bella, con el puñetazo que dio el actor famoso o con el campeonato deportivo de turno. Ruperto Sandoval, el añejo profesor de historia del instituto, sabía que si el pueblo no tenía memoria estaba condenado a repetir sus errores.

ー  Vivimos embrutecidos por lo superficial ーafirmó dejando de lado el periódico que solía comprar todas las mañanas y que era, de entre todos sus hábitos, el más sano.

Cuando su mujer entró para avisarle que toda la familia ya estaba en la sala esperando para cenar, notó la mirada de indignidad y casi pudo oler el aire de frustración.

Un par de días antes la cantante traicionada había lanzado el ritmo de la venganza y del reproche que por entonces movía a la juventud y que era material reciente de chisme, en ese tiempo la gente sabía más de los ritmos que fallidamente pretendieron destazar al otrora futbolista, en vez de los asuntos importantes de su rutina.

Era tanta la trivialidad del mundo, que todos sabían del asunto, lo masticaban en las mesas del café, lo vomitaban en las borracheras de viernes y, por supuesto, lo reproducían en el mundo virtual e inexistente en el cual ahogaban su realidad y donde pasaban la mayor parte del tiempo. Paradójicamente, lo que podía ser considerado medianamente importante, era ignorado. Por eso, quizás, nadie hablaba de la injusticia de la justicia, de los pobres que rebalsaban por las esquinas, de la guerra que ahora sonaba a fría y monótona, de los abusos del poder, de los delitos que consumían la cotidianidad, de la peste a la que ya nadie hacía caso, de la pobreza que empeoraba, del trabajo que no había, de la iniciativa privada que se moría, del contrabando que aumentaba y de la violencia que se enardecía.

Cuando Ruperto Sandoval fue a quejarse ante su familia, compuesta en aquel entonces por nietos y yernos que hablaban a gritos y que sólo se callaban cuando estaban sus mujeres, tuvo que tragarse su bronca porque al unísono todos le dijeron que estaban viendo el Miss Universo y que mejor hablaban mañana o algún rato en algún momento.

Su mujer, que había presenciado lo sucedido, lo tomó de la mano y sin mayores formalidades dio la conclusión fatal de una sociedad que había decidido consumirse en lo vano y lo superfluo: “Nos ocupamos de vainas”.



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(Imagen tomada de:
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