Los incas, el muerto y el carnaval


Cuando Ponciano Esmeralda vio a aquellos hombres que más parecían un par de roperos de dos cuerpos antes que dos sujetos de carne y hueso, se sorprendió. Los observó desde lo alto de un cielo altiplánico y azul, y mientras hacía la fila para ver si podía ser admitido en el Reino de Dios. No los notó por sus bien marcados músculos, que contrastaban con la forma y ancho de la mayoría de los mortales, pero sí los divisó porque ambos caminaban de la mano.

Ponciano Esmeralda en ese momento ya estaba muerto y empezando los trámites propios de la burocracia celestial, pero aún su memoria recordaba con claridad que hace unos días atrás el dirigente de turno vetó de hecho y derecho, y de aquí para allá, la participación de los dos hombres que él acababa de ver en su ascenso al cielo. En ese instante el muerto no pudo menos que preguntarse: "pero si hay cosas más importantes que esta". 

Lo decía con autenticidad, ya sin miedo al reproche de los vivos y con la certeza de haber visto a los borrachos en las esquinas, criticado a los ebrios en el templo, sentido el piso embarrado de orín y hasta olido la miseria revestida de fe.

No mentía, porque cuando él estaba vivo, vió cómo con los años las danzas de todo tipo y color, habían ido evolucionando dejando paso a los más prominentes escotes y las más diminutas polleras. En alguna ocasión se había encontrado a sí mismo pensando: "tratamos a las mujeres como cosas", pero también más de una vez era el primero en mirar los pechos de balón y los trastes de durazno.

Sin embargo,  ya ahí, en plena fila para el juicio final, lo que más le dolía era ver que su gente se seguía ocupando de vainas. Sucedía que en tantas décadas de historia, en tantos años de patrimonio, con el paso de tantas autoridades inútiles y ante la intransigencia de tanto dirigente corrupto, nada cambiaba.  Los eternos problemas del pasado se reproducían como hongos y los vicios se hacían cada vez más fuertes, la devoción se convertía en exceso, el progreso era enterrado por la corrupción y hasta la higiene era sacrificada por el alcohol.

Mientras pensaba esto, no notó que ya era su turno en la fila. Le atendió un ángel de alas brillosas, cara redonda y sonrisa amplia que le explicó que él no podía entrar al Reino de los Cielos, porque en más de una ocasión se le habían ido los ojos con las tetas de balón de las figuras de su fraternidad. 

Fue entonces que Ponciano Esmeralda agradeció con creces las promesas cumplidas a la patrona de su carnaval, porque en el instante mismo de aquel rechazo, apareció una virgen con candela y con corona que le extendió la mano y le dejó entrar para siempre. 


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Imagen tomada de: https://es.123rf.com/ - creador: Anatoly Pustovit 


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