Un enemigo MÁS


Errado sería creer que tras catorce años de desaforado despilfarro, aquel inquebrantable e inmemorial vínculo germinaría en una melancólica indulgencia; porque arremetidos por la lúgubre lujuria, aquella relación se despeñó por las siniestras paredes de la desolación. 

Pocos tuvieron la montaraz mirada que pudo quebrar la niebla que a inicios de esta centuria conmovía los corazones de aquellos que anhelaban, por sobre todo, dominar a todo y por sobre todos; porque si alguien hubiese atinado decir que en un futuro los aliados de entonces iban a separarse por algo tan intangible como las ansias de poder, seguramente hubiese sido calificado de “agente del imperio” o “instrumento de la derecha”. 

Aquella mañana de abril, cuando el otrora hombre fuerte del gobierno tachó a su antigua mano derecha de ser un enemigo más, de tratarlo mal por ser indígena, y de alejarse de los valores inculcados por los antepasados, exaltó a los fantasmas de la ruptura y a los pretextos del reproche.

Cuando Dentira Eneldo se enteró, no dio crédito a tan insidiosa clarividencia. 

ー ¡Se me van al demonio! ーgritó, al tiempo que tiraba por los aires la vajilla de la abuela Delmira, aquella que en su momento supo sobrevivir al éxodo de la relocalización y a las expiaciones de los tragaldabas.

Dentira Eneldo conoció al ex vicepresidente cuando éste era un aprendiz de guerrillero, y también vio en embrión y como presidente en ejercicio, al antiguo mandamás socialista que supo conducir los regimientos de cocaleros y las huestes de autoconvocados. 

Nadie sabría cómo ni cuándo, pero Dentira Eneldo pasaría de romper la vajilla de su abuela, a patear las puertas de la casa, y no pararía de gritar improperios ni de golpear a diestra y siniestra, hasta caer rendida en la tumba de sus antepasados, donde se derrumbó en un mar de lágrimas. Pasaba que para ella, la pareja de líderes no podían estar separados, y no concebía un mundo ajeno a la cosmovisión del masismo de antaño. En su vida, nunca tuvo años más felices que aquellos en los que él fue presidente y el otro ejerció de vicepresidente, porque se dedicó alma, vida y corazón a ser la militante enardecida, la fanática apasionada y la enamorada insuficiente.

Fue ahí, cuando ya la noche devoraba el camposanto, que apareció el fantasma de su abuelo, Ruperto Malasaña, que con énfasis y premeditación, le puso los chacras en orden y le aclaró:

ー¡Todos los políticos son una reverenda porquería!

Unos segundos después, el alma de Ruperto Malasaña desaparecería para siempre, dejando una estela de reflexión que su nieta jamás entendería, porque la mujer nunca más se iría de ahí, y en cuestión de un par de noches se dejaría llevar por la muerte infame.

La parca, sin embargo, nunca entendería cómo era posible que alguien se muera de semejante vaina.


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(Créditos imagen: https://www.self.com/)

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