El hilo de sangre y Diosmira Concepción


Cuando vio aquel hilo de sangre, Diosmira Concepción se sorprendió. No era para menos, en su continuo andar por esa gran avenida de palmeras tropicales y edificios altos, nunca había visto cosa semejante: se trataba de un delgado hilo de sangre que por cuadras y cuadras se deslizaba entre las baldosas de las aceras, giraba donde tenía que girar y esquivaba donde tenía que esquivar, rodeaba no uno, ni dos, ni tres árboles, sino todos los que se le cruzaron en frente, hasta que finalmente se dirigió ーcasi en línea rectaー hasta el frente de un edificio donde un montón de gente se aglomeraba en torno a algo.

El filamento carmín, que Diosmira Concepción tomó como una señal de la providencia, se perdía bajo los pies de una multitud que no llegaba a entender si temblaba por la consternación o por el morbo. La mujer, de escasa estatura y amplio corazón, nunca vería que al otro lado de la multitud yacía un hombre muerto; y quizás nunca lo hubiese sabido si no fuese que su comadre de toda la vida la vio ahí, menuda y curiosa, tratando de ver por entre los resquicios que dejaba la gente.

Circuncisión Retama, que justo pasaba por ahí cuando un sonido sordo y espeluznante la espantó, ya estaba enterada de los pormenores de la desgracia. 

ー¡Ha muerto alguien importante! ーcomentó, y casi de inmediato, como si tuviese la necesidad de vomitar el chisme, indicóー, dice que estaba vinculado al banco ese donde usted tenía guardados sus ahorros, parece que saltó del piso 14. Yo creo que lo mataron.

Macabra sonaba la conclusión de la comadre, pero dadas las últimas noticias parecía lo más acertado. Todos sabían y era un secreto a voces, que el banco en cuestión lavaba dinero sucio a vista y paciencia de las autoridades, no en vano tenía sucursales una frente a la otra y una a escasos metros de la siguiente. 

Diosmira Concepción sabía también, como lo sabían la mayoría de los vecinos, que varios de los oligarcas locales se llenaban la boca hablando mal del centralismo occidental, pero bien aprovechaban de los negocios que hacían con los políticos que manejaban los hilos del poder.

La mujer, visualizando el futuro, imaginó cómo el gobierno de morondanga iba a encubrir el delito para evitar que se conozca la porquería que estaba a punto de descubrirse y que por supuesto, afectaba al entorno del poder. Convencida de que al país se lo comía el narcotráfico y que la corrupción hacía lo que le daba la gana y con quien le daba la gana,  Diosmira Concepción se fué, confiando en que en algún momento alguien más vería el hilo de sangre que ella misma formaría cuando muera. 



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