El filósofo, la anciana y Barbie


Por aquel tiempo, una mujer de más de 80 años se encaramaba a las oficinas de derechos humanos de Bolivia, su motivo y razón, sazón de la libertad y amargura de la dictadura, no era otro más que evitar que el poder le quite lo que en derecho le correspondía. Pasaba que fiel a la usanza de los catorce años de imposición, se aplicaba aún la estrategia de crear dirigencias paralelas de todo tipo y color, con el único fin de controlarlo todo. La Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia no era la excepción.

La mujer, en su intento de recuperar la sede perdida bajo el influjo de la traición, se atrevió a subir a la terraza de sus oficinas desafiando un invierno con temperaturas bajo cero y en una ciudad a más de 3600 metros de altura.

En este mismo país, en esa misma semana, los líos explotaban porque los aeropuertos nacionales parecían hangares de exportación de drogas y los enemigos políticos aparecían en las audiencias más muertos que vivos.

Sin embargo, una nueva noticia acaparaba las redes sociales y la atención de la gente: el estreno de Barbie. La popular muñeca, cuyas características eran todo menos bolivianas, era el tema de moda.

Platón Aristóteles Socrático de Atenea, que era como se hacía llamar Heriberto Cañahua, era un hombre cuya falta de receta y cordura le habían llevado a creer que era la viva reencarnación de los más reconocidos filósofos griegos. El sujeto, que no había cumplido jamás de los jamases su dosificación diaria de antipsicóticos, no alcanzaba a entender cómo era que por un lado una hispana que ya no estaba en edad para tanta vaina se mataba en una lucha por la democracia,  y por el otro el mundo que ella pretendía rescatar se vestía de rosa para ver una película de una muñeca rubia como la barba de choclo.

ー Supongo que es entretenimiento ーse dijo a sí mismo en voz baja.

En ese momento pasó algo extraño, irreverente e inesperado, Heriberto Cañahua se levantó del medio de las montañas de libros entre los que vivía, caminó una decena de cuadras y entró al cine más cercano, compró una entrada para la película de moda y junto a sus pipocas mezcló los antipsicóticos que nunca había tomado en tantos años de filosofar. 

Una extraña mezcla de satisfacción y un placer sólo comparable con el amor le acompañaron en la hora y 54 minutos que duró la película.

Cuando salió de la función, tuvo que sostenerse de las paredes por el mareo profundo que sentía, pero bajo el efecto de las drogas visualizó un mundo ideal, donde las octogenarias no debían pelear por los derechos de los otros, el país no era un narcoestado, los políticos opositores no huían de la tiranía judicial y todos vestían de rosa.



Imagen tomada de: https://asuntoscentrales.com/

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