Sebastiana Guapurú y la roca del destino


Sebastiana Guapurú sabía que su marido era el típico imbécil que tocaba la bocina tan pronto cambiaba la luz del semáforo, no importaba si había pasado un pequeño instante o un prolongado suspiro, para él lo importante era ir rápido y llegar apresurado a todo lado. Quizás por eso no se sorprendió cuando su marido murió en un accidente de tráfico del cual, seguro, él era el culpable.

Aún a pesar de esto, Sebastiana Guapurú lloró y gimió frente a las cámaras dando fe de la vocación de trabajo de su extinto marido y del dolor que representaba la ausencia del que, hasta entonces, supo ser el sostén de la familia. Por supuesto era mentira, porque lo poco que ganaba el difunto siempre tenía por destino la bebida de gusto y agrado del finado y nunca los indispensables del hogar, pero más valía una buena lloradera frente a la opinión pública por si algo pasaba en el corazón siempre noble de algún incauto.

Quiso la suerte que, a los pocos días de la muerte del otrora hombre fuerte de la casa, se celebre la festividad religiosa de temporada, y quiso el destino motivar a que la viuda, como buena devota de la virgen de Urkupiña, se disponga en fondo y forma a participar de la caminata a los pies de la mamita.

Mientras Sebastiana Guapurú toleraba el inclemente sol que parecía quemar más fuerte bajo el luto reciente, recordó las decenas de ocasiones en que fue a la misma fiesta con su marido y vio claras las ocasiones en que tuvo que arrastrarlo a la fuerza para que se aleje de la mesa del alcohol. El recuerdo era tan triste que percibió en lo más profundo de sí misma, un cierto alivio que le hizo sentir que, en el fondo, se había quitado un peso de encima. Esta idea le devolvió una sonrisa que le hizo ignorar la presencia de los creyentes que para esa hora compraban a diestra y siniestra los títulos profesionales, los certificados de matrimonio y las propiedades de todo tipo y color.

Todo hubiese estado bien y ella hubiese seguido el camino de ser una viuda feliz, sino fuese que, al primer golpe del combo en el peñón, la improvisada cantera -mezcla de folclore y religión- se vino abajo con cientos de devotos de ocasión, queriendo la mala suerte que la roca más grande del cerro caiga sobre Sebastiana Guapurú, aplastando su nueva dicha y su reciente fortuna.

Aquella noche, Sebastiana Guapurú, volvería a los brazos de su marido, que, al otro lado de la vida, le esperaría en la eternidad de la muerte.



(Imagen tomada de: https://www.hobbyconsolas.com/)

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