Incógnita Higuera, los secuestros y el ángel

Extraño le pareció a Incógnita Higuera que cada cierto tiempo las noticias traían la novedad de algún secuestro malintencionado y de alguna extorsión desmesurada, todas ubicadas y ejecutadas en las calurosas tierras del trópico cochabambino. No se trataba de que tales delitos estaban reservados para latitudes lejanas o ciudades densamente pobladas, pero sí le llamaba la atención que tales crímenes eran más propios de lugares marcados por la solvencia y el poder.

Las postales de Bolivia, usualmente, seguían sacando provecho a una visión de pobreza insertada en la altiplanicie de la pampa y en el cerco eterno de sus montañas, mostrando siempre los eternos pueblitos de adobe y paja, donde un niño caminaba kilómetros para formarse en algún colegio olvidado por el centralismo. Algo parecido, aunque menos usado como material turístico, pasaba en los llanos, donde en vez de infinitas planicies desbordaban los espesos bosques y los bravos ríos. Era en estos últimos, paisajes tropicales de ensueño con atardeceres de encanto, donde ahora pasaba algo extraño. ¿Por qué ahora se secuestran los unos a los otros y se piden como rescate sumas que no podría tener, ni en sueños, un profesional de curro y laburo oficial?, se preguntaba Incógnita Higuera. La respuesta le llegó una noche en la que, tras rezar por el santo de temporada, vio entrar a un ángel por la ventana y éste le explicó que la droga inundaba un mundo subterráneo que ella no veía y que generaba ríos de riqueza a diestra y siniestra. Incógnita Higuera comprendió recién cómo era que funcionaba el mundo, y entendió los motivos de la corrupción y el despilfarro en las tierras más calientes de su país. Dolida por esa realidad, se cobijó en los brazos del ángel que la visitaba todas las noches y le traía las noticias de la victoria del corredor orureño en la maratón de México, las peleas entre masistas de uno y otro bando, e incluso la confesión del presidente respecto a las reservas del gas. Incógnita Higuera viviría feliz por muchos años, recibiendo la visita de aquel ángel divino, que no era otra cosa más que el enfermero del psiquiátrico local que solía escabullirse por las noches para estar con la mujer a la que aprendió a amar y a la que cuidó hasta el último de sus días.


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