Suleida Flavona , Messi y el rosal


Raro le parecía que, tras el arribo del equipo aquel, tanta gente se hubiese desparramado a las calles de su ciudad para vitorear a quien en pocas horas más sería el contrincante de su propio país.

Sus nietos le explicaron el significado de la llegada del mejor de los mejores, le dibujaron con descripciones exageradas las maravillosas jugadas y le enumeraron los premios y reconocimientos obtenidos por el ídolo que normalmente sólo podían ver en la televisión. 

Aún así, Suleida Flavona no pudo comprender. Quizás se debía a su hábito centenario de no admirar a nadie. Para ella era ridículo asombrarse por otros, por ello ni cantantes ni actores, habían podido sorprenderla con sus habilidades y destrezas y peor aún con su belleza o sus músculos. Por este mismo motivo era atea, porque sostener una fe implicaba endiosar a alguien y ella eso no lo iba a hacer. 

ー Si ni en Dios creo ーafirmó en voz baja mirando con nostalgia el bello rosal que crecía en su patioー, peor voy a tener interés en un tipo que sólo sabe patear la pelota.

A la jornada siguiente, cuando sus nietos lloraron la derrota y la amargura de no ver jugar a su ídolo, no se sumó a la emoción, porque ella tampoco era fanática de su nación, porque sencillamente estaba segura que las fronteras y las diferencias de raza y color eran una vaina inventada por quién sabe qué loco.

Cuando la emoción pasó, Suleida Flavona se sentó al sol como solía hacer todas las tardes mientras miraba su jardín.

ー Qué loco está el mundo ーdijo, dirigiéndose a su rosalー todos buscan algún motivo para justificar su alegría o su tristeza, que si el fútbol, que si los ídolos, pero nadie acepta la realidad de que cada uno es responsable de su propio destino.

Suleida Flavona era una viuda de sepa, su marido, muerto hace mucho en una de las tantas batallas que trae la vida, terminó hecho un fino polvo que le fue entregado en una extraña caja que ella desechó en un dos por tres, pero que luego le permitió usar como maceta cuando empezó a cuidar la rosa que una vez él mismo le regaló. Por eso era que le hablaba y le contaba lo tonta que se había vuelto la sociedad y lo inútil que resultaba quedarse a este lado de la existencia.

ー Cuándo será que me voy contigo, mi amor ーsuspiraba mientras sentía el olor agradable de su rosal.


Imagen tomada de: https://mercadodeflores.es/


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