El diablo, Evo y el poder


Inquietos y tumultuosos habían sido los últimos años de su vida; otrora rey, hoy vasallo, el hombre fuerte de los catorce años de imposición sufría ahora el amartelo de haber perdido el poder.

Tras zozobrar en sus intentos por sostener aquello que tanto amaba, se dio cuenta que los privilegios de gabinete y los halagos de cuello y corbata, los viajes a eventos deportivos con la plata del pueblo, las masivas concentraciones plagadas de servidores públicos y las declaraciones disparatadas y cargadas de faltas de razón, eran lo que anhelaba volver a vivir.

Estancado en el socavón de su angustia, el rancio mandamás juró hacer lo que fuere para volver al sillón que nunca debió dejar. 

Fue en ese proverbial instante, que de la nada emergió una figura madura y elegante, fina y esbelta, de barba y pelo cano cuya elegancia y modales destilaban seguridad y cuyos ademanes imponían respeto. El sujeto en cuestión se presentó a sí mismo como el Ángel Caído, o como le solían llamar otros: Lucifer, Satanás, Belial, Samael y un sin fin de denominaciones.

Ajeno a la visión clásica del demonio de cola y cuernos, ausente del olor a azufre y más bien impregnado de un fino perfume, el caballero le ofreció al político aquello que tanto anhelaba.

Poco tardó en hacerse cierto lo prometido por Satanás, pues el fin de semana siguiente las multitudes aclamaron al hombre como su candidato al poder.

Arrebatado tras el baño de masas y extasiado con los sueños del mando y la obediencia, sintiéndose nuevamente sobre los helicópteros de la presidencia y anhelando que alguien más le amarre los “guatos” del zapato que daría los pasos del poder, se animó a lanzar la declaración pública que le consolidaba en una antelada carrera electoral.

ー Acepto la candidatura para salvar Bolivia. Otra vez hay que salvar Bolivia ー. Afirmó ante las cámaras y los micrófonos de los periodistas.

Confiado de su victoria, seguro de haber, por fin, realizado la alianza más fructífera de su existencia y con el aliado más poderoso entre los poderosos, se fue a dormir con la cabeza calma.

Lo que el expresidente no sabía era que, en ese mismo instante, Asmodeo, Leviatán, Berith, Belphegor, Belcebú y Astaroth, como también era conocido el diablo, había firmado pacto similar con el presidente actual, con los miembros de los más altos tribunales de justicia y con una lista larga de autoridades y candidatos de turno.

Pasaba que el expresidente olvidaba que el demonio, desde tiempos inmemoriales, va de la mano de los políticos, conduciendo sus actos y mandando sobre sus conciencias. Porque usted sabe, como yo lo sé y lo sabe todo el mundo: más sabe el diablo por viejo, que por diablo.



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