Para Candelario Facineroso la cosa era fácil:
ー ¡Los dólares se lo han llevado los empresarios, se lo han sacado! ーAfirmó ante la prensa nacional.
El hombre se basaba seguramente en algún discurso gubernamental o en su propio criterio, pero olvidaba el nuevo gamonal que sus interpretaciones no eran, en lo absoluto, imparciales. Lo decía el más básico sentido común, que supo ver las una y mil veces que Candelario Facineroso supo venderse al mejor postor. Así fue con el gobierno anterior, cuando hizo y deshizo para favorecer al régimen de turno, así era ahora, tratando de ocultar una crisis evidente.
El dirigente aquel, que era ya parte de la clase parasitaria nacional, sabía bien de prorrogarse en el cargo y de no convocar a las instancias respectivas para renovar liderazgos. Era lógico: no le convenía soltar la mamadera.
Lo cierto fue que aquella mañana de junio, cuando el invierno ya hacía lo que le pegaba en gana con la rutina de la gente, él tuvo una experiencia por demás extraña.
Pasó cuando se acercó a su cocina y vio que sobre su mesa yacía un tomate rojo y redondo.
Desde ya le pareció extraño que aparezca fuera de su lugar un producto tan caro, pues él sabía muy bien que uno de los síntomas de la crisis supo manifestarse en el alza y especulación del tomate.
Sin embargo lo raro vino después, cuando Candelario Facineroso estiró la mano para tomar el tomate y éste le habló:
ー ¡Usted no me toque! ーafirmó seguro el alimento.
El desgastado dirigente sindical se sorprendió y frenó en seco.
El tomate giró sobre sí mismo y al darse vuelta expuso ante el hombre dos ojos y una boca claramente definidos.
ー Aleje sus sucias manos de mi ーindicóー. A mi ningún corrupto me va a tocar.
Candelario Facineroso no supo qué decir, le asombraba ver hablar al fruto aquel, pero más le sorprendía la claridad de pensamiento y palabra que poseía.
En ese instante el tomate empezó a hablar de la gente como Candelario Facineroso, dando una cátedra con ton y son y dejando en claro que el mundo entero sufría por gente como él, que vendía su alma al mejor postor. Por si fuera poco, habló de la escasez de hidrocarburos, hizo aclaraciones que explicaban lo que era un golpe blando y una crisis insostenible, y hasta explicó con chuis la ausencia del dólar.
El dirigente quedaría sorprendido, estupefacto y reprendido, mas no cambiaría su accionar, pues tras sacudirse un poco la cabeza y beber algo de agua, volvió a la normalidad y atribuyó tamaña alucinación a la mezcla de unos remedios de mala calidad que aquella mañana ingirió por algún sencillo malestar.
El tomate se quedaría para siempre en su mente, pero nada cambiaría su ética, la que únicamente sería motivo de debate el momento exacto de su salida de esta vida.
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