La frase, que pareciera profunda, es realmente obvia y evidente. Sin embargo es más cierta en los círculos del poder, allá donde cohabitan los que mandan y deciden.
Tal afirmación es válida en el ejercicio de un oficio de dudosa moral: la política.
En alguna ocasión, dictando clases de ética en la benemérita Universidad Mayor de San Simón (en Cochabamba, Bolivia), definía a la política como la profesión del ego. No estaba muy equivocado, ya que es precisamente éste el que arrebata la moral a los que ansían el poder.
La palabra ego proviene del latín “yo”, cosa que aclara mucho más mi postura, la que se alimenta de los líderes con letreros gigantescos que anuncian sus obras y servicios, los que no satisfechos pueden llegar a desmedidas adoraciones personales como mandar construir un museo en su honor (Evo Morales, Bolivia en 2017) o designar a un infante de cinco años como coronel (Rafael Leonidas Trujillo, República Dominicana en 1934).
Dentro de la psicología del poder, Erich Fromm observa que los poderosos llegan a ser personas débiles a nivel psicológico, que en su afán por ver satisfechos sus anhelos personales requieren de un grupo que sea dominado. No en vano decía Aristóteles: “unos han nacido para mandar y otros para obedecer”, y si bien esta frase era perfectamente válida en un tiempo en el que la esclavitud era moneda de uso corriente, no es menos cierto que hoy en día el esquema de poder se repite en toda sociedad, dando nacimiento a la figura del Gran Hermano al mejor estilo de George Orwell.
Aldous Huxley, el escritor y filósofo británico, en su momento sentenció: "En mayor o menor medida, todas las comunidades civilizadas del mundo moderno están constituidas por una cantidad reducida de gobernantes, corruptos por demasiado poder y por una cantidad grande de súbditos, también corruptos por la obediencia pasiva e irresponsable". Tenía razón.
A su turno, el médico y político británico David Owen hace referencia a lo que él denomina el Síndrome de Hybris, una figura que, aplicada al plano político, significa un cierto patrón de conductas entre los cuales se incluyen aspectos relacionados con el narcisismo, la personalidad antisocial y el trastorno de la personalidad histriónica. Si se detalla un poco más, un político tendría: sentido de omnipotencia, confusión entre sus propios anhelos o deseos y la nación (la que para él es en todo caso reflejo de lo que él desea y viceversa), expresión mesiánica y una marcada tendencia a la auto exaltación, certidumbre desorbitada en sus propios juicios y negación a las críticas de terceros. Todo esto, por supuesto, deriva en algo que a día de hoy resulta cierto y evidente en muchos políticos del mundo: la pérdida de contacto con la realidad.
Este tipo de sujeto (animal político), por lo general, no se cree obligado a rendir cuentas ante nadie, excepto la propia historia o alguna determinada divinidad. Es por esto, que el propio Owen indica: “El poder es una droga embriagadora y no todos los líderes tienen el suficiente carácter para contrarrestarla”.
Sea el caso que sea, los poderosos se rodean de aquellos que les adulan, de quienes aprueban sin pensar lo que afirma el poderoso. En ese afán se enceguecen y terminan viviendo en una burbuja. Ajenos al mundo, ajenos al pueblo. Esto es lo que el escritor británico y premio nobel de literatura, Bertrand Russell, llama la “intoxicación del poder”.
Bajo esta realidad, los políticos, más allá de su ideología, dejan de ver lo obvio, lo que es evidente para el mundo, porque pareciera que esta realidad está lejos de su comprensión.
En el caso boliviano, a inicios de este nuevo año, el actual gobierno ratifica que perdió la brújula, sigue afirmando que sus políticas son correctas, que su mal llamado “modelo” aún es viable y hace oídos sordos a las infinitas filas para obtener combustible, el incremento de los precios de los productos básicos y la ausencia de dólares. Esa realidad, que salta a la vista de propios y extraños, son el conjunto de cosas obvias que el poder no ve. Holmes tenía razón.
Sin embargo, como el famoso detective inglés no puede ser presidente, sólo nos queda exigir de aquellos que nos mandan, las soluciones que requiere el país.
Lo triste es que, aún a pesar de que “lo obvio” es evidente, el gobierno sigue bruto, ciego sordomudo, torpe, trasto y testarudo (como dice una popular canción de Shakira), por ello sólo nos resta evitar ser un pueblo tonto y en las próximas elecciones es menester elegir una nueva opción, no más de lo mismo, en resumen, no más del MAS, porque tan culpable como Lucho Arce, es Evo Morales.
Nos quedará a los opositores, seguir la lógica más sencilla: votar por el primero de las encuestas más fiables, porque lamentablemente el ego de los opositores es tan grande que nunca se unirán, aun sabiendo que separados ponen en riesgo todo. Si no lo hacemos, caeremos en otra frase de Sherlock Holmes: “un tonto encuentra siempre otro más tonto que lo admire”. ¿No le parece elemental mi querido lector?
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