Aquel año del Bicentenario, empezó marcado por los ataques de los políticos y las amenazas truchas que lanzaban las autoridades del gobierno contra un ex presidente que más parecía prófugo que pre candidato. Para febrero, el carnaval ya nos respiraba en la nuca, pero no se sentía un ambiente festivo, quizás era la resaca por la falta de dólares o de pronto se trataba del peso de la galopante crisis en la que sobrevivía el país.
A Ersilia Expectación nada parecía
sorprenderla, para entonces, ella y toda su familia se habían declarado
vegetarianos, no por convicción ni por motivos de nutrición, pero sí por los
altos precios de la carne.
Sin embargo, una mañana se encontró
auténticamente sorprendida por un hecho que, hace un par de años, le hubiese
resultado indiferente: no había fila en la gasolinera que quedaba a poca
distancia de su casa.
Su primera reacción fue de duda, era lógico,
hasta entonces el país se caía a pedazos y el gobierno no había hecho nada para
hallar alguna solución. Tanta fue la vacilación, que su primera idea fue que el
gobierno estaba rotando la gasolina, llevándola de aquí para allá, para dar la
imagen de que no había escasez.
Fue entonces que Ersilia Expectación pensó que
estaba desactualizada de las noticias y empezó a curiosear en los periódicos y
a atender más a los noticieros y encontró las causas de algunas de sus
interrogantes: era año electoral.
ー¡La
pucha! ーexclamó.
Era una expresión auténtica, que resumía en
poco lo que sentían muchos. En un año electoral, los villanos del presente y
los malvivientes del pasado, se vestían de ovejas para ganar el voto de los
giles y miles que debían ir a votar. Algunos besaban bebés, otros acariciaban
mascotas, los más ricos aparecían desayunando en el mercado de los pobres y los
más radicales se mostraban suaves y respetuosos. En resumen, todos parecían ser
buenas personas.
Pero Ersilia Expectación era más que una madre
soltera y una paciente regular de los magros centros médicos del país, ella era
una egresada de ciencia política, en otras palabras, una universitaria, y eso
la convertía en una persona crítica. Por ello fue que, bajo su lógica y razón,
se atrevió a hacer un mapeo básico de lo que podría pasar aquel año.
De un plumazo entendió que el partido de la
mala gestión económica y la persecución judicial, bien podría ganar las
próximas elecciones bajo distintas fórmulas. Podía ser que por un lado vaya el
propio presidente que tenía garantizado el voto de más de medio millón de servidores
públicos que votarían por su empleo, no por la capacidad del candidato; por
otro lado, podría ir un candidato de consenso del resto del partido azul, y ahí
habría el voto duro de centenas de campesinos que votarían, sin dudarlo, por
quien les instruyan sus ramas sindicales. Pensaba, incluso, que podría haber
una segunda vuelta entre los dos candidatos del partido de izquierda indígena.
Todo iría a vista y paciencia del bloque de la
derecha, que probablemente se desmenuzaría entre las peleas de sus principales
candidatos, porque era bien sabido que la soberbia de los unos y la ambición de
los otros, era como mezclar agua con aceite.
Esta fórmula, pensaba ella, era muy posible.
Si a ello le sumábamos que el padrón electoral era poco confiable, la receta
estaba servida: el país seguiría en el mismo camino, y la ficción de las
gasolineras sin colas, sería sólo el inicio de un despelote llamado política
boliviana
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