La política, un oficio sin lealtad ni ética


Como una enfermedad antigua con síntomas modernos, presenciamos cómo Tuto Quiroga pateó el tablero de la unidad y cómo Samuel Doria Medina se hizo candidato con una encuesta aparecida de la nada y supervisada por él; tamañas acciones sólo ratifican que los políticos no tienen ni  ética ni lealtad. 

Desde siempre, la política ha sido un oficio mal habido, con enfrentamientos continuos entre la moral y el poder, y con el usual triunfo de este último por sobre el interés colectivo. 

Cicerón, en los tiempos de la Roma republicana, indicaba que “la injusticia no consiste sólo en hacer daño, sino también en no impedir que se haga”. A su vez, otro filósofo de la antigüedad, Aristóteles, definía la ética como la base del buen gobierno. Ambos principios se desvanecen hoy en las democracias contemporáneas, especialmente durante los procesos electorales.

Acciones como las vistas en el llamado bloque de unidad, ratifican lo que en su momento afirmó el polaco Zygmunt Bauman cuando definió la “modernidad líquida”, una referencia a nuestro tiempo que expone cómo los compromisos se pueden disolver con increíble facilidad. En su obra, “Vida líquida” (2005), Bauman expone cómo la promesa política ha perdido peso en una sociedad donde nada dura y donde los líderes no se sienten obligados a mantener la palabra empeñada. 

Sin embargo, Cicerón, Aristóteles y Bauman, no son los únicos en referir la feroz manipulación política, ya que se suma a ellos el lingüista y filósofo norteamericano Noam Chomsky, quien sostiene que los políticos construyen discursos más orientados a manipular percepciones que a generar compromisos reales. Bajo esta lógica las campañas se transforman en estructuras vacías, diseñadas para ganar poder, no para servir a la ciudadanía.

Bolivia no escapa a estas situaciones. Desde que uno puede recordar, las promesas hechas por candidatos presidenciales y subnacionales no se han cumplido o han sido deliberadamente ignoradas. 

Por supuesto, esta falta de ética repercute en la percepción ciudadana. De acuerdo al Latinobarómetro 2024, sólo el 10% de los bolivianos confía en los partidos políticos, y -para peor- únicamente el 18% confía en el órgano electoral.

Desde Cicerón hasta Bauman, el sentido común y el pensamiento político coinciden en que la lealtad y la ética son indispensables para el bien común. Sin embargo, la política moderna –especialmente durante las campañas– parece orientarse cada vez más hacia el espectáculo y la manipulación que hacia el servicio y el compromiso. Bolivia, con sus altos índices de desconfianza, promesas rotas y corrupción, se convierte en un ejemplo claro de cómo la política pierde su sentido cuando se olvida de sus fundamentos morales.

De pronto por esto se hace necesario que hoy dejemos de ver a los dinosaurios del pasado y enfoquemos nuestro voto en liderazgos nuevos, manejados por profesionales competentes que hagan las cosas de un modo distinto. 



Créditos imagen: https://www.toureiffel.paris/

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Comentarios

  1. El bloque opositor nació quebrado al invitar a Tuto,
    político sin partido político.
    Un paracaidista sin militancia.

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